Decía Spengler que al final siempre es un pelotón de soldados el que salva la civilización. Trasladando tan certera observación al solar patrio, y olvidadas ya por pretéritas y gloriosas gestas que ya sólo aparecen en los libros de Historia, podemos sentenciar que al final, y está a la vuelta de la esquina, será un pelotón de torpes el que acabe de hundir lo poco que de España queda.
Para el presidente del Congreso, un tipo de verbo fluido y aspecto bondadoso, no es que los separatistas vascos y catalanes sean malos ni que no quieran a España, simplemente disimulan y juegan al despiste. Uno puede entender que el juego parlamentario, salvo que ande por ahí el cupero Fernández sacándose la sandalia, exija ciertas y mínimas formas, pero una cosa es la exquisitez que se debe presumir a tan alto dignatario y otra muy distinta que el tal Posada nos tome por unos imbéciles a jornada completa que únicamente sirven para pagar su generosa retribución.
Al final, cuando Mas y Junqueras proclamen unilateralmente la independencia y la turba se eche a la calle siguiendo un plan diseñado al milímetro, será un pelotón liderado por Posada y otros de la misma ralea-Margallo, sin ir más lejos-el que dará el tiro de gracia a la unidad nacional. Y todavía hay gentes del Partido Popular que no entienden que Ortega Lara, que no es malo ni ha dejado de querer a España, haya dado el portazo para fundar otro partido.